No sé bien como se originó este proyecto para la tercera edad.
Será del observar lo que va ocurriendo y amasarlo con los principios que hacen a nuestra singularidad.
Quizás
un día alguien sugiere una posibilidad y, luego uno intenta mejorarla y
bajarla a la práctica, para que no se quede en la nube de lo deseable y
jamás realizado. Claro, que esto es imposible, si primero no se
encuentra a otras personas con intereses parecidos y, con la generosidad
de la disponibilidad hacia el semejante.
Hasta
que no estuve en el camino de pertenecer a la tercera edad, catalogaba a
sus integrantes como cascarrabias nostálgicos. Quizá tenían razón para
los rezongos: el maltrato, la discriminación, la respuesta impaciente,
les provocarían el sentimiento de haber perdido el lugar que se ocupaba
en la etapa laboral. Quizá no, porque el otro nos mira desde el lugar en
que se lo permitimos.
La
tercera edad es como cualquier otra etapa de la vida, depende del deseo
y de las fortalezas personales. Pero también depende de la contención
social, sea esta oficial o autogestionada.
Lo
cierto es que hoy se llega a la jubilación siendo joven de espíritu y
de cuerpo. Llega cuando aún quedan muchísimos años de vida y de
disfrute.
Y, con tiempo disponible, hay que sacarle el jugo a los gustos postergados por los años de obligaciones.
Sin
embargo, no hay otra forma de aumentar el capital intelectual, las
habilidades, el bienestar, sin vínculos afectivos. Bueno entonces,
relacionarnos con nuestros pares para ir tejiendo una malla de
contención donde escuchar y ser escuchados por quienes viven
experiencias similares a las nuestras.
Este
quizá haya sido el punto fundamental de este proyecto, asumir y ofrecer
a los otros, la posibilidad de ir por la vida realizando aquello que
nos da placer y nos vuelve profundamente humanos.
Ana di Cesare
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